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La CSA y su futuro
Laerte Teixeira da Costa analiza el presente y el futuro de la principal organización sindical del continente, de cara a su segundo Congreso en 2012. Los desafíos pendientes y la necesidad de fortalecer la unidad.
La Confederación Sindical de los Trabajadores y Trabajadoras de las Américas es fruto de una singular obra de reingeniería sindical. En ella se agruparon las organizaciones de la ex Clat (Central Latinoamericana de Trabajadores), de la ex Orit (Organización Regional Interamericana de Trabajadores) y algunas otras entidades sindicales nacionales independientes.
Su congreso de fundación se realizó en la Ciudad de Panamá, en marzo de 2008, cuando se rompió con una absurda dicotomía, reconocidamente nociva a los intereses de los trabajadores. La unidad se mostró útil para enfrentar la crisis de 2008 y sus consecuencias, que se siguen desplegando. La unidad fue un salto de calidad y con ella ganamos todos.
Después de casi cuatro años, la CSA se prepara para su 2º Congreso, previsto para abril de 2012, en Foz de Iguazú, Brasil. El lugar es simbólico y está ubicado en el triángulo de la triple frontera, en la confluencia de Argentina, Brasil y Paraguay. El 2º Congreso de la CSA ocurre en un clima sumamente favorable.
Lejos de las cuestiones políticas que dictaron el proceso de unidad, la CSA podrá volcarse a su planificación futura, definiendo qué hacer entre 2012 y 2016. Podrá elegir prioridades y elaborar sus proyectos de forma colectiva, con amplia y democrática participación de sus bases.
La CSA nació en la primera década del siglo XXI. El mundo está distinto ahora y sigue injusto para los trabajadores. Ella ha heredado un Continente con millones de desempleados, millones de niños y niñas abandonados y millones de ancianos desasistidos, además de las minorías marginadas y olvidadas.
Por añadidura, la CSA enfrenta el capitalismo neoliberal, crecientemente ganancioso e incumplidor de las más elementales condiciones civilizadas de trabajo. Derechos humanos y laborales, para nosotros sinónimos, no son respetados por parte de los empresarios de la región, todavía impregnados de la cultura de la esclavitud, abolida, en ciertos casos, en la segunda mitad del siglo XIX.
En los últimos cuatro años, la CSA ha profundizado la discusión sobre la “autorreforma sindical”. Mientras gobiernos y parlamentos no realizan reformas básicas (política, impositiva, judicial y legislativa), los trabajadores se comprometen a llevar adelante una autorreforma sindical, incorporando nuevos y vastos contingentes inorganizados, reformando estructuras, sensibilizando jóvenes, organizando jubilados y admitiendo la paridad de género. ¡No es poco!
Entre los contingentes inorganizados están los informales, trabajadores autónomos, callejeros, en domicilio, hombres y mujeres, con una gran variedad de denominaciones y clasificaciones. En algunos países, ellos ocupan más del 50% (cincuenta porciento) de la PEA (Población Económicamente Activa). Son personas sin registro formal de trabajo, sin previsión social, sin asistencia a la salud, ¡sin nada!
Este mundo totalmente diferente del viejo mundo que gestó al sindicalismo, en las ingentes injusticias de la Revolución Industrial, es hoy un mundo de 7 mil millones de personas, de los cuales un 20% (veinte por ciento) está en China y un 17% (diecisiete porciento) en India. Estos dos países asiáticos poseen juntos más de 1/3 (un tercio) de la población mundial.
Es un mundo mucho más envejecido, agotado en sus recursos naturales, con abundancia en recursos humanos. En 1950, había 12 personas produciendo y un solo anciano para ser mantenido. Hoy, la proporción es de siete para uno y, en 2050, será de tres para uno. En 1960, las mujeres tenían, en promedio, cinco hijos. Hoy, el promedio es de 2,5 (dos hijos y medio) por mujer. En algunas sociedades más desarrolladas, ya se tiene un solo hijo por mujer. Pese a ello, el stock de trabajadores crece cada vez más y el mercado – moderno, racionalizado y automatizado – ya no absorbe todos los brazos disponibles, principalmente de los jóvenes trabajadores. Los índices de desempleo son mucho mayores entre los jóvenes.
Aquí, en América Latina, somos cerca de 550 millones de personas, con aproximadamente 125 millones de jóvenes. Esos jóvenes esperan una respuesta de nuestras autoridades y de nuestras instituciones, entre ellas los sindicatos. Al observar el pasado y el presente, nos damos cuenta de que no diseñamos buenos escenarios para el futuro de estos jóvenes. Solo una minoría privilegiada tiene acceso a los mejores cursos y a las mejores universidades, de las cuales los hijos de los trabajadores están cada vez más lejos. Buena parte de los jóvenes tiene un futuro más que incierto.
Según la ONU (Organización de las Naciones Unidas), los estudiantes de hoy pasarán por muchos empleos, entre 10 y 14, hasta llegar a los 38 años de edad. Rotatividad impresionante y no deseada, en un mundo urbano y sorprendente, en el que las personas se conocen por la internet, transmiten miles de millones de mensajes de texto diariamente y en el que las redes sociales desempeñan un nuevo papel, que todavía no se ha comprendido por completo. A pesar de todo ese asombroso progreso, somos mil millones con hambre.
También en 2030, llegaremos a la paridad entre viejos y niños. Serán 500 millones de infantes para 500 millones de personas con más de 65 años de edad. Esa proporción inusitada va a exigir nuevos sistemas de previsión social y nuevos sistemas de educación. En teoría, deberemos tener más tiempo de escuela y más tiempo de trabajo.
Son dos los dilemas a los cuales debemos destinar energía para solucionarlos: 1) ¿cómo compatibilizar el número de trabajadores con las necesidades de brazos y mentes para la producción? y 2) ¿cómo prepararnos para un mundo donde los viejos serán la mayoría y deberán ser mantenidos con dignidad? Esas preguntas deben ser respondidas por el conjunto de organizaciones afiliadas a la CSA.
Tal vez sea una ecuación perversa y una visión demasiado dura del futuro, casi materialista en su concepción. Una visión que plantea al hombre como una máquina productiva, algo dramático e inaceptable para aquellos que creen, como yo, en la centralidad del ser humano. Sin embargo, la realidad habla más alto, más allá de las ideologías y creencias religiosas, todas respetables.
La verdad es que tenemos en nuestra región más de 50 millones de personas desempleadas, en trabajos precarios y en la marginalidad. Esa dramática realidad subvierte la lucha sindical porque los gobiernos establecen salarios mínimos indignos y los patrones, además de pagar salarios bajos, no cumplen las leyes y no respetan los derechos humanos básicos.
Tras estas asustadoras estadísticas y, por ahora, irresolubles problemas, debemos permitirnos pensar en el futuro del sindicalismo y en el futuro de la CSA. Sabemos que a pesar de los brutales cambios, todavía no hemos resuelto ni siquiera los problemas impuestos por la Revolución Industrial. Nuestros problemas tienen más de 200 años.
Más allá de solucionar los dilemas de la actualidad, tenemos que incorporar cada vez más a las mujeres y a los jóvenes. Vivimos en una región injusta, que no imparte justicia y tiene una democracia joven, frágil e inacabada. Somos naciones por construir y el mapa del porvenir está abierto.
Estar a la altura de todos esos retos es el papel de la CSA para el próximo cuatrienio. Particularmente, creo que sus actuales líderes estarán aptos para enfrentarlos. Basta seguir e insistir con la unidad. Plantada sólidamente en los primeros cuatro años, la unidad es nuestro mayor patrimonio.

Por Laerte Teixeira da Costa, Secretario de Políticas Sociales de la CSA (Confederación Sindical de las Américas)
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