El teletrabajo ha venido para quedarse, pero no ha dejado atrás e incluso ha acrecentado la brecha de género, la explotación o la desigualdad. El futuro postcovid tiene que adoptar esta modalidad de empleo, pero queda mucho por corregir y cambiar.
Esto del teletrabajo puede ser un gran invento, pero creo que es lo más parecido a la esclavitud”. Con esa queja explicaba en directo Jordi Évole, el 21 de marzo en el programa
, el duro trabajo que su equipo y él habían tenido que realizar en pleno confinamiento para sacar adelante el programa que sería emitido la noche siguiente. “Cualquiera le dice que no al jefe”, apuntillaba el presentador, Iñaki López, tras las explicaciones de Évole.
Las dos sentencias, casi irónicas, muestran con simpleza una realidad a la que miles de personas se han tenido que afrontar en los últimos meses: las desventajas de un teletrabajo poco organizado e impuesto a la fuerza, por un lado, y la presión que sienten muchas de esas personas por el deber de cumplir con plazos, objetivos y horarios, por el otro.
Hacía años que el teletrabajo se escuchaba como un murmullo, hasta que el covid-19 lo ha gritado hasta perforarnos el tímpano. Según un informe realizado por la
(Eurofund), antes de la pandemia solo el 11% de las personas asalariadas en el Estado español funcionaban con esta modalidad de trabajo, frente al 36% en países como Dinamarca. Otros estudios cifran entre el 4 y el 5% las empresas españolas que ofrecen dicha posibilidad. Ahora mismo, tal como expone el estudio
) y la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en el que se han encuestado a 20.328 personas al cierre de esta edición, un 30,1% de la población está trabajando virtualmente desde casa durante la pandemia.
Pero las ventajas que siempre han argumentado las personas defensoras de este tipo de organización laboral se han desvanecido entre la fuerza mayor, la poca formación y recursos para ello o la dificultad para conciliar trabajo y vida cuando han cerrado colegios y centros de mayores. “Lo que estamos haciendo ahora mismo no es teletrabajo”, explica Sara Berbel, doctora en psicología social y gerente en el Ayuntamiento de Barcelona, “ya que este debería ser un tipo de organización laboral con unos requisitos, ergonómicos o físicos, además de ser voluntario, y en este caso no lo hemos escogido”. El covid ha forzado y deformado ese teletrabajo y esa conciliación. “Está pensado para una vida normal, los niños en la escuelas, los mayores atendidos o con lugares a los que ir”, explica Berbel, quien matiza que “lo que hemos hecho estos dos meses es trabajo en remoto o trabajo a distancia, lo que no significa que no haya una parte de teletrabajo, pero no es la fórmula del TT al 100%”.
(Bubok, 2014), estos problemas son estructurales y parten de la cultura laboral del país. “La cultura de oficina es muy fuerte en España y para que se den los cambios necesarios para promover un teletrabajo flexible debería venir de una transición y de un convencimiento por parte de las empresas”, explica. Pero, con la pandemia, “hemos pasado de cero a cien en 24 horas y eso genera una problemática muy grande”.
Con las palabras del periodista coincide Ricardo Chiva Gómez, catedrático de Organización de Empresas en la Universidad Jaume I, que ve necesario cambiar del clásico modelo organizativo basado en la “obediencia y el control” a un modelo en el que “la confianza se extienda”. Un nuevo modelo donde las personas puedan tomar las decisiones que imperen en su trabajo, según explica el profesor. Blay, además, añade que ese modelo también debe ir enfocado a la consecución de tareas y objetivos: “Si yo tengo que entregarte un informe mañana, da igual si lo hago por la mañana, tarde o de madrugada. Eso me permite organizar mi vida en torno al trabajo y no organizar el trabajo y luego mi vida”.
Teledesigualdad
“Deja de ser tan bueno para la sociedad si nos dejamos fuera a un montón de colectivos que no tienen el mismo acceso y posibilidades”, lamenta Berbel. No todos las tareas se pueden realizar desde nuestra casa, pero tampoco todas las casas están preparadas para ello. La brecha digital es una de las principales preocupaciones de varias de las fuentes consultadas para este reportaje. Aunque Berbel es más específica a la hora de nombrarla: “Es una brecha socioeconómica, porque son las clases socioeconómicas más bajas las que no tienen el mismo acceso a las herramientas”. Por ejemplo, expone Blay, “algunas personas se han tenido que coger una excedencia porque su conexión a internet en casa no es lo suficientemente buena para llevar a cabo su trabajo”.
Más del 70% de las personas con ingresos superiores a 4.000 euros mensuales están trabajando desde sus casas, pero solo lo hacen el 22% de las que tienen un salario entre 1.000 y 1.500 euros, según una encuesta del Ayuntamiento de Madrid.
Una
encuesta realizada a más de 1.500 personas por el Ayuntamiento de Madrid para analizar el impacto económico y laboral de la pandemia en los hogares apunta en esa misma dirección. Los datos muestran que más del 70% de las personas con ingresos superiores a los 4.000 euros mensuales están trabajando desde sus casas, pero solo lo hacen el 22% de las que tienen un salario entre 1.000 y 1.500 euros. El porcentaje desciende hasta el 13% entre quienes cobran menos de 1.000 euros. Los datos provisionales que arroja la encuesta realizada por ISTAS muestran que los puestos directivos, gerentes, técnicos y profesionales científicos e intelectuales han realizado teletrabajo entre un 50 y un 60%. En cambio, solo entre el 3 y el 8% de las personas preguntadas que realizan otro tipo de ocupaciones elementales han podido hacerlo.
Esa diferenciación socioeconómica también se puede extrapolar a nivel países. “Las diferencias entre países europeos se explican porque hay algunos de ellos donde hay muchos más puestos de trabajo de tipo técnico y administrativos”, explica Clara Llorens Serrano, socióloga del trabajo en ISTAS-CC OO e integrante del equipo que está realizando el estudio. Una economía con un gran peso del turismo, hotelería y construcción, como es el caso de la española, parte de unas condiciones más difíciles para implementar esta modalidad laboral.
Además, según Blay, entre los sectores que sí pueden realizar esta modalidad con más facilidad existe una cultura digital muy baja: “Antes de la pandemia, muchas personas no conocían ni herramientas básicas de comunicación online para hacer reuniones”.
Telebrecha
“Es muy complicado poder responder al teléfono cuando tengo a la niña subiéndose a mi chepa”, comenta una de las compañeras de
El Saltoa la que hemos derivado el teléfono de la redacción en uno de los grupos de Telegram de trabajo. “Yo paro un ratito, que las fieras se han levantado y tengo que darles de desayunar”, comenta otra de las redactoras. El cierre de las escuelas es uno de los principales factores que han dificultado la conciliación y, como suele ser normal, el peso de los cuidados ha caído en mayor medida sobre las mujeres. “Ellas todavía son las principales cuidadoras en países como España —lamenta Berbel—, la conciliación es una cosa muy buena que nos ofrece el teletrabajo, pero no podemos permitir que esa práctica potencie los estereotipos de que son ellas las que tienen que cuidar”. Un dato curioso, explica Chiva, pero que muestra cómo esta tendencia afecta a todo tipo de empleos: “En el mundo científico, en estos dos meses, los hombres hemos producido y enviado a revistas muchos más artículos científicos que las mujeres”.
"La conciliación es una cosa muy buena del teletrabajo, pero no podemos permitir que potencie los estereotipos de que son ellas las que tienen que cuidar”, explica Sara Berbel.
Pero, además, para la doctora en psicología social, esa falta de conciliación en esta modalidad de trabajo y su mayor efecto sobre las mujeres pueden tener graves consecuencias futuras profesionales: “Suele impedir su desarrollo laboral, porque está muy valorada la presencia en nuestra cultura actual y es muy difícil promocionar, lo que aumenta a su vez la brecha salarial”. Algo que “hay que romper”, dice, poniendo al mismo nivel el teletrabajo y el presencial, así como regular y hacer actuaciones encaminadas a que sea tanto para hombres como para mujeres, “porque sino estaríamos reforzando el techo de cristal y ahondando la brecha salarial”.
Teleexplotación
Según un estudio publicado por Bloomberg, basado en los tiempos de uso de las redes privadas virtuales de las empresas (VPN), el teletrabajo durante la pandemia ha alargado la jornada laboral una media de dos horas diarias. “El problema más importante, incluso antes de la pandemia, es que va aparejado a una mayor exigencia cuantitativa, más carga de trabajo”, lamenta Llorens. Según explica, se desbordan los límites temporales y especiales del empleo, se pueden asignar a un trabajador tareas de gestión o administrativas que normalmente haría otro integrante de la plantilla y disminuye el apoyo de los compañeros en el día a día.
La disponibilidad absoluta parece el principal problema, según todas las fuentes consultadas. El teletrabajo debe generar flexibilidad, no necesitar horarios concretos, defiende Blay. “Todo es medible hoy, se puede medir si el trabajo está hecho o no y si está bien hecho”, argumenta el periodista, “si es un modelo por tareas y objetivos, me permite organizar mi vida”.
Además, añade Berbel, el trabajo en casa durante la pandemia ha adoptado muchas de las malas costumbres de la cultura presencialista: “La reunionitis. Tenemos tendencia a hacer reuniones para todo, con todos”. Con lo que ello implica si lo hacemos con cámara, “gastamos tiempo para estar ‘presentables’ para unas reuniones, cuando estamos en casa y no haría falta”.
Teleenfermo
“Bueno, sí que tengo algo de fiebre, pero ahora tengo un rato libre y puedo editar un artículo”, explicaba en una jornada de abril una compañera de El Salto que ha tenido que hacer cuarentena estricta al mostrar síntomas del covid. El “presentismo virtual” o “en remoto” es otra de esas malas costumbres a las que ha llevado la precarización de muchos sectores, a lo que se suma la presión del empleo (y de perderlo) que el teletrabajo, incluso antes de la pandemia, también ha adoptado y potenciado. En palabras de Llorens, el presentismo virtual es trabajar desde casa cuando se está enfermo, pero no tan enfermo como para dejar de trabajar. Pero la socióloga de ISTAS insiste: “Si no hubiera una carga excesiva de trabajo, no habría ese presentismo. No haría falta que estuvieras ahí”.
Teleuberización
Para mucha gente, en tiempos de uberización de la economía, ese proceso que atomiza y distancia a los trabajadores o “colaboradores” de una misma empresa, el teletrabajo puede acabar siendo una nueva amenaza para los derechos laborales. “Tiendo a pensar que esta desterritorialización del trabajo, una especie nuevo
puttingoutsystem, tiende a complicar la organización y la reivindicación de los derechos laborales al no compartir un espacio”, lamenta Jorge Moruno, diputado de la Asamblea de Madrid por Más Madrid y autor del libro
No tengo tiempo (Akal, 2018). “Se tienen bastantes evidencias de que el teletrabajo implica aislamiento físico y social y evita el apoyo de tus compañeros”, afirma Llorens, quien añade que además dificulta la organización entre los empleados, así como “el contacto con los representantes sindicales, en caso de que los tengan”.
Además, en la misma línea que el argumento de Moruno, a Llorens le preocupa la deslaboralización: “Los falsos autónomos, autónomos dependientes o la economía sumergida”. El teletrabajo, indica, es un debilitador del poder negociador y contractual colectivo de los trabajadores.
Teleaprendiendo
De todo se aprende y el covid-19 nos ha hecho aprender a la fuerza. Todas las fuentes consultadas defienden, de un modo u otro, el teletrabajo como una opción positiva para el futuro, pero se necesitan medidas en todos los ámbitos que permitan que las desventajas citadas se superen. El teletrabajo puede ayudar también a hacer “los trabajos más horizontales gracias a la conexión en red, estructuras menos jerárquicas y más horizontales, que es uno de los problemas que arrastramos de una sociedad y organización más anticuada”, explica Berbel, “pero tiene que haber una regulación para las pausas, descansos, horarios o el derecho a la desconexión”. En la misma línea, Llorens añade que se tiene que ajustar la carga de trabajo de la jornada laboral, contabilizando las horas para visibilizar esa sobrecarga a la que se refería anteriormente. “El teletrabajo no tiene que significar que estés disponible los 365 días, las 24 horas”, sentencia.
“Si una persona se destroza la espalda por estar trabajando en una silla de comedor tiene todo el derecho a pedir una baja laboral”, dice el periodista David Blay.
Las empresas deben proveer a sus empleados del material necesario para desarrollar el teletrabajo con normalidad, propone Blay. “Tiene que haber una legislación sobre riesgos laborales en las casas y una gran parte del coste lo tiene que soportar la empresa. Si una persona se destroza la espalda por estar trabajando en una silla de comedor tiene todo el derecho a pedir una baja laboral”, señala. Aunque tanto Blay como Chiva coinciden en que las legislaciones deben ir acompañadas de un cambio de mentalidad en la empresa y el mundo laboral. “Se puede regular para evitar los abusos del modelo de trabajo actual, pero al final es la gente la que tiene que estar de acuerdo”, argumenta el catedrático.
La pandemia ha mostrado que no estábamos preparados. El miedo a un rebrote, el cambio necesario en el modelo productivo y empresarial para que las crisis no perjudiquen tanto a la población y la necesidad imperante de disminuir los trayectos diarios al trabajo para luchar contra la crisis climática hacen obligatorio el desarrollo, más y mejor, de las prácticas de teletrabajo. Sin embargo, como sentencia Blay, hay un lado positivo: “Si estuviéramos en la España de hace 15 años, la economía hubiera caído mucho más, el empleo habría caído mucho más y habría más ERTE”.
Fuente:
https://www.elsaltodiario.com/laboral/teletrabajo-confinamiento-covid19-conciliacion-explotacion-domicilio?fbclid=IwAR1I0SG8c0g_o_SJrQIzWPrxif-Xway6nI08lhUy9rdjMoK0SG7zuoTcB7U