Después de esta pandemia el mundo será diferente y los integrantes del mundo del trabajo somos los responsables de ese cambio.
Por Rodolfo Romero (Roró), integrante de CLATE, Incasur, UNTE-SN, UNE-SN,
COLACOT.
Hoy estamos atormentados por una interacción dialéctica muy caprichosa, donde predomina un miedo tenebroso, en el que contribuye de manera desaforada COVID-19.
El miedo tiene raíces profundas en la naturaleza humana. La antropología cultural nos dice que nos acompaña para preservar nuestra propia seguridad y la seguridad social.
COVID-19 está aumentando el nivel de las aguas del miedo en toda la sociedad. Pretende inundarnos si nos descuidamos.
El desarrollo de nuestra conciencia y nuestra existencia social, es decir, tanto lo subjetivo como lo objetivo de nuestro ser y de nuestro mirar combativo, nos permite captar en la realidad como se ha manifestado y cómo se manifiesta hoy esta dislocada confrontación en la convivencia humana, donde unos seres humanos se consideran superiores a los demás, a quienes busca someter, dominar, explotar para su beneficio personal, familiar, empresarial y político. Aquí se cultiva la incultura de la desigualdad social-política.
Y pareciera ser que todo se agudiza por el escenario de inseguridad-incertidumbre-insinceridad, que afecta al sistema hegemónico, que nos desgobierna hoy, ante la ofensiva de nuestro enemigo invisible pero muy operante.
El miedo siempre es un factor desestabilizante. Trasladando nuestra mirada a la niñez, es imposible no ser afectado por el recuerdo del miedo, y hoy es indiscutible que la gran parte de la clase dirigente dominante, al observar que todo el sistema, en especial el modelo de desarrollo inspirado en el neoliberalismo y plasmado en el capitalismo salvaje que impera, comienza a temblequear; los popes del mismo van perdiendo seguridad, se sienten amenazados y cunde el pánico, avizorando que pueden perder sus viejos y renovados privilegios, que sacraliza la desigualdad social, económica, política y hasta espiritual. La desigualdad es escandalosa.
Y es entonces que el miedo se va traduciendo en odio hacia quienes, desde la llanura, amenazan ese estado de superioridad que la habían fabricado para gobernar y disfrutar de los bienes bien y mal habidos, con un poder castigador, violentando todos los derechos humanos y prostituyendo la misma democracia representativa. Es entonces que el miedo comienza a vomitar su furia amenazante, dislocadora, venenosa que se denomina odio.
El odio es un viejo concepto y práctica que en la sociedad se ha ido imponiendo por las diferentes clases dominantes para someter a la clase denominada baja-inferior de la sociedad. Primero se comenzó con los amos- esclavos, patricios-plebeyos y manumitidos-señores, y los siervos de la gleba-los patrones-proletarios-los ilustrados-ignorantes, etc.
El odio es producto de la bajeza humana. Tiene una puerta grande, que es la respiración y todo el aire de superioridad que un grupo de personas -una clase social-siente y palpita con relación a la otra que es, supuestamente, la clase baja que según el tiempo histórico puede denominarse hoy clase obrera-clase trabajadora, a quien la clase alta-oligarquía-burguesía mira de reojo, a veces hasta con aire de desprecio. Hasta en la manera de escupir se diferencian y ni hablar en la forma de interrelacionarse.
Esta es la peor enfermedad que estamos sufriendo, peor que la generada por la pandemia, cuarentena, aislamiento, distanciamiento. Es la muerte de la solidaridad social, que los pobres la van rescatando con las ollas populares.
Y la recuperación, resurrección, pasa por el rescate de la afectividad humana, por la revalorización de la dignidad y los derechos humanos, que solamente es concebible y respetable, cuando se consagra el principio de la igualdad social, que se traduce como fraternidad humana, acompañada por el principio de la justicia social. Es el rescate del humanismo integral.
Cuantas veces violentemos el principio de igualdad, será imposible establecer, cultivar, la fraternidad. Por eso la Revolución Francesa fue terminante con su consigna: liberté, egalité, fraternité.
Y la fraternidad es amorosidad. Es el cultivo del amor entre todos los seres humanos. El odio nos disloca, nos separa, nos confronta, nos destruye.
Debemos derrotar la lucha de clases que nos impone toda la clase dominante, sea donde sea, opere donde opere. Administremos con sabiduría el miedo y seamos capaces de derrotar al odio, para refrescar-renovar nuestro mundo planetario, con el amor que tanto nos hace falta y para el que nacimos, para consagrar la calidad superior de la naturaleza, especie humana.
Jesús carpintero, nos enseñó: “Amaos los unos a los otros”. Solo así derrotaremos también a nuestro agresivo enemigo invisible, Doña Coronavirus, que diariamente se nos hace visible con las enfermedades y las muertes que produce intimidantemente en forma alarmante.
Después de esta brutal pandemia, el mundo será diferente! Y nosotros, integrantes del mundo del trabajo, somos los responsables de hacerla diferente, para bien de toda la humanidad.