Compartimos la ponencia del Monseñor Jorge Lugones en la semana social 2019 que se desarrolló en Mar del Plata.
Presentaré en primer lugar a la persona humana capaz de dialogar con otros y a la vez corresponsable. Esta relación con el otro don de Dios da sentido de projimidad, no sólo de “ser” prójimo sino de hacernos prójimo, esta implica la cercanía, el encuentro, el respeto, el diálogo.
En segundo lugar, el desarrollo integral de la persona humana: la persona del trabajador. Planteo
al trabajo como clave para la constitución de una identidad personal digna, clave para el desarrollo humano integral: de la solidaridad a la fraternidad.
Por último: la función del Estado en la promoción del derecho al trabajo la cuestión laboral reclama la responsabilidad del Estado, al cual compete la función de promover las condiciones para la creación de oportunidades de trabajo, incentivando para ello tanto al mundo productivo y de la economía social, como al científico-tecnológico y cultural.
I- La dignidad de la persona humana: solidaridad y justicia equitativa
1) Reflexionar sobre el trabajo supone reflexionar sobre la persona del trabajador. Por eso presentaré, en primer lugar, desde la antropología teológica, al ser humano entendido no como individuo, sino como persona, es decir como ser social, capaz de dialogar con otras personas y de sentirse responsable de la suerte de esas personas tanto como de la suya propia, porque la suerte de ambas van juntas.
El ser humano es persona porque se constituye como tal en las relaciones sociales; sólo inmerso en el tejido social -es decir, en relación con los demás y con el ambiente natural que lo rodea- puede manifestar la dignidad que le es intrínseca en todo su esplendor. Las demás personas no son un límite a la dignidad, sino su condición de posibilidad. Ser persona, a partir de “estar” en relación con otras personas, es nuestra diferencia específica, y eso es -para los creyentes en un Dios creador que también es persona-, un don suyo para con nuestra especie, lo que llamamos en términos teológicos: la gracia. El Dios Uno y Trino nos hace el regalo de crearnos a su imagen y semejanza, es decir, personas. Crea a la mujer y al hombre llamándolos por su nombre, poniéndolos ante sí como seres responsables, con palabra para interpelar tanto como para dar respuestas, para dialogar sobre los desacuerdos y, sobre todo, para dar y esperar reconocimiento (Laduato Si=Alabado Seas).
Dios no crea un ser vivo más entre muchos; crea un “co-rrespondiente”, alguien capaz de responder, incluso al mismo Dios cuando pregunta: “¿Dónde está tu hermano?” Los demás no son un límite a mi autoafirmación como sujeto individual. Por el contrario, son la condición de posibilidad de mi desarrollo integral como persona humana. No se trata de tolerar al prójimo como un otro que amenaza mi identidad. Así no se logra “un” pueblo. Se trata de hacerse prójimo -es decir, próximo a las demás personas-, porque la constitución de la persona humana, tanto como la de “un” pueblo, implica cercanía, encuentro, respeto, diálogo.
2) Con esto no queremos decir que las personas “se hacen” sociables –porque
lo social es constitutivo de la persona humana. Las primeras etapas de la vida exigen de tal forma la comunidad que, sin ella, esa vida no consigue desarrollarse. Dios, al crear la persona humana, ha hecho de ella un ser a la vez subsistente y “referible”. De este llamamiento nativo a ser el tú de Dios deriva la dignidad del ser humano. Por eso, desde la fe, se considera a la persona originariamente abierta a Dios -su creador-, tanto como al prójimo -quien también es su condición de humanización y salvación.
3) La persona humana es receptiva desde un comienzo porque se desarrolla en contacto con ideas, valores, costumbres, es decir, “en-la-cultura” en la que está inserta. Este estar-situado-en-una-cultura le permite este desarrollo integral, el cual no cesa a lo largo de toda la vida. Como nadie es capaz de atender por sí sólo a todas sus necesidades, el vínculo cultural es vital. La autosuficiencia es, no solo una fantasía individualista, sino también causa fundante de la negación de los demás, de su desconocimiento como personas, de su descarte. Por consiguiente, todo ser humano que habita la “Casa Común” -como llama el Papa Francisco al mundo-, está insertado, quiéralo o no, en una relación social particular, enmarcada por un territorio y precedida de una historia en común que da sentido a su vida. El ser humano precisa, además, sentirse enraizado en el humus de una tradición, de la que sólo el grupo, y no los individuos aislados, es depositario; sin esa tierra nutricia la persona se encuentra desguarnecida, desarraigada y sin memoria.
4) El Dios cristiano, Uno y Trino -en la encarnación de la segunda persona, que es el Hijo-, es el Dios pobre, despojado, pero, sobre todo: es el Dios “ser-para-los otros”. Ahora, la pobreza de Dios en Cristo no es un fin en sí misma; es la suprema revelación del amor de Dios, de un Dios que es, por definición, amor y unidad. Ese es el fundamento teológico por el cual el Discernimiento Social de la Iglesia (D.S.I) se opone a todas las formas de individualismo. Eso que es Dios, amor y unidad, socialmente se expresan como “
relaciones solidarias”, por eso decimos con el Papa Francisco que la solidaridad es el modo de relación -entre las personas humanas, y con las tres Personas divinas-, que genera una cultura del encuentro -o de la vida, como lo llamaron los obispos latinoamericanos reunidos en Aparecida, en continuidad con los mensajes de la Conferencia Episcopal Latinoamericana reunida en Medellín en 1968, y de la Conferencia Episcopal Argentina reunida en San Miguel en 1969 , de las cuales se cumplen ya 50 años.
5) Lo contrario de las relaciones solidarias entre las personas de un pueblo, son las “relaciones egoístas”, es decir, las que genera un sistema económico-cultural que despersonaliza, descarta y mata -primero a los pobres, pero no solo alcanzará a ellos, ya que está poniendo en peligro la vida misma en el planeta, como lo denuncia Laudato Si. Por ese motivo pensamos, como comunidad de cristianos, es decir como Iglesia, que los graves problemas actuales de nuestro pueblo exigen para su resolución solidaridad entre todos los sectores sociales, especialmente de parte de quienes están en posiciones ventajosas -incluso legalmente adquiridas-, para con aquellos que menos, o nada tienen, a saber: los pobres y empobrecidos, los desocupados y descartados, los excluidos y desconocidos por la sociedad. Solidaridad a la que llama el Papa Francisco, a la que llama primero el evangelio, a la cual todos los sectores sociales son llamados -incluso los trabajadores entre sí. Todas las instituciones y organizaciones deberían construir un movimiento general de solidaridad.
6) Si se practica la solidaridad, el ideal de justicia equitativa puede lograrse, tanto en las relaciones interpersonales -considerando al otro como prójimo y don de Dios-, como en las estructuras sociales. Solo así puede garantizarse una paz social perdurable porque -más allá de las buenas acciones aisladas realizadas en el breve arco de la vida de un individuo-, la justicia equitativa consiste en poner en marcha procesos de desarrollo sustentable.
II- El desarrollo integral de la persona humana: la persona del trabajador
1) En segundo lugar, quisiera hacer una aproximación al trabajo como clave para la constitución de una identidad personal digna, porque en el espacio social que este abre se generan las relaciones solidarias y fraternales que permiten la manifestación de lo humano mismo. Por esa razón se insiste desde la DSI en la “persona del trabajador y la trabajadora”, y se reclama al Estado que garantice el trabajo para todos como derecho y deber primordial, ya que la falta de trabajo destruye el tejido social que permite a la persona humana expresar su dignidad. Cuando en un sistema social las relaciones del trabajo no son de solidaridad sino de egoísmo, la persona poco a poco es excluida, entrando en procesos de despersonalización que matan; y cuando la desocupación llega a ser estructural, las personas excluidas dejan de estar explotadas y pasan a estar descartadas, como advierte el Papa Francisco.
2) El discernimiento social de la Iglesia insta a encontrar maneras de poner en práctica la fraternidad como un principio regulador de orden económico. Donde otras líneas de pensamiento sólo hablan de la solidaridad, el DSI habla también de fraternidad. Una sociedad fraternal es solidaria, pero no siempre es cierto lo contrario, como muchas experiencias lo confirman. Mientras la solidaridad es el principio de la planificación social de la desigualdad que permite llegar a ser iguales, la fraternidad es lo que permite a los iguales ser personas diversas. Dicho de otro modo, la fraternidad permite participar de formas diferentes en el bien común de acuerdo con su capacidad, su plan de vida, su vocación, su trabajo o su carisma de servicio.
3) El Beato Pablo VI -a quien cita constantemente el papa Francisco (LS)-, en la encíclica Populorum Progressio decía que “el desarrollo [humano] no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral” (PP 14), es decir, promover toda la persona humana, y también a todas las personas y pueblos. Y dado que -según dijo Francisco en la Confederación Italiana de Sindicatos de Trabajadores en 2017- “la persona florece en el trabajo”, entonces, el trabajo no es una cuestión entre tantas, sino más bien la “clave esencial” de toda la cuestión social (LE 3). En efecto, el trabajo “condiciona no sólo el desarrollo económico, sino también cultural y moral de las personas, de la familia, de la sociedad” (CDSI 269).
4) Como cristianos sostenemos, creemos que la persona humana, como imagen de Dios, es una persona en relación con otras personas y con el ambiente que habita, capaz de obrar de manera racional, tomando decisiones, no solo para realizarse a sí misma, sino también para el cuidado de los demás y del medio ambiente en que vive. Por eso consideramos que el trabajo no es solo un medio de subsistencia, también es
participación en los procesos de decisiones tendientes a la distribución de los bienes comunes, tanto como del cuidado de sí mismo, de la comunidad y del medio ambiente. Estamos convencidos que la dignidad de la persona humana se manifiesta en el trabajo creativo; es allí donde despliega su potencial humano, formándose y capacitándose de manera permanente, para pensar e implementar nuevos modos de cuidado.
5) Ahora, cuando el modelo de desarrollo económico se basa solamente en el aspecto material de la persona, termina beneficiando sólo a algunos, y daña el medio ambiente. En ese caso genera un clamor -tanto de los pobres como de la tierra-, que “nos reclama otro rumbo” (LS 53), un rumbo que, para ser sostenible, necesita colocar en el centro del sistema económico a la persona humana -que siempre es un trabajador y una trabajadora-, integrando la problemática laboral con la ambiental. Como todo está interconectado; pensamos que se debe responder de modo integral (LS 16, 91, 117, 138, 240). El Papa, en el Encuentro con los Movimientos Populares en S. Cruz de la Sierra, fue contundente: “Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico: arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común”. Por eso, Laudato Si no habla de crisis laboral ni económica, sino de “crisis ecológica”, porque lo engloba todo: tierra-techo-trabajo. La crisis ecológica es un problema cultural antes que económico, y su resolución -según nos dice el Papa- es la conversión de las estructuras culturales mediante la política -entendida esta como “la forma más alta de caridad”.
6) Es innegable que el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social, por eso se ha de garantizar la presencia y el protagonismo de las mujeres también en el ámbito laboral. La persistencia de muchas formas de discriminación que ofenden la dignidad de la mujer en la esfera del trabajo se debe a una larga serie de condicionamientos perniciosos por los cuales son todavía hoy “olvidadas en sus prerrogativas, marginadas frecuentemente, e incluso reducida a esclavitud”. Estas dificultades, desafortunadamente, no han sido superadas, como lo demuestran en todo el mundo las diversas situaciones que humillan a la mujer, sometiéndola a formas de verdadera explotación. La urgencia de un efectivo reconocimiento de sus derechos se advierte especialmente en los aspectos de la retribución, la seguridad y la previsión social. En nuestra opinión, el reconocimiento y la tutela de esos derechos dependen, en gran medida, del reclamo eclesial, sindical, y vemos que uno de los primeros pasos es la posibilidad concreta de acceso a la formación profesional.
III- La función del Estado en la promoción del derecho al trabajo
1- Del trabajo digno -lo que significa en el sistema de mercado, para que no queden dudas, remuneración justa en condiciones de trabajo legales y legítimas-, depende directamente la promoción de la justicia equitativa que asegura la paz social. En consecuencia, la cuestión laboral reclama la responsabilidad del Estado, al cual compete la función de promover la creación de oportunidades de trabajo, incentivando para ello al mundo productivo, tanto como al científico-tecnológico y cultural, que se debe corresponder con un mundo de acceso social a los bienes y el consumo. Para eso, como tarea primordial, consideramos que se debe estimular y garantizar el diálogo entre organizaciones de trabajadores y de empresarios tanto como entre estos dos sectores y los partidos políticos, los movimientos sociales y populares, las asociaciones civiles, los organismos internacionales, las universidades y centros de investigación (“mesa de diálogo por el trabajo y la vida digna” y su esperanzador documento: “Una patria fundada en la solidaridad y el trabajo”.)
2) Si los convenios colectivos de trabajo son la realidad efectiva del diálogo social, entonces es función ineludible del Estado mantener ese diálogo entre los trabajadores asalariados o desempleados, y los empresarios -que también son trabajadores. No hay dudas de que la negociación colectiva es uno de los principales instrumentos de las organizaciones de trabajadores para intervenir en las decisiones concernientes, no sólo a la remuneración y condiciones de trabajo -a lo que se pretende limitar la protesta sindical-, sino también en relación con todos los problemas que se derivan de la mala remuneración inequitativa entre los trabajadores y sus familias, a saber: la salud; la educación; el acceso a los bienes culturales y la tecnología; la discriminación por género, por migración, por creencias religiosas o por posiciones partidarias; las políticas que afectan a la sociedad y a la naturaleza. En función de eso pensamos que se debe aceptar que el diálogo social no es una conversación entre posiciones idénticas, sino entre intereses y necesidades diferentes. Por eso el Papa Francisco insiste en la “unidad en la diferencia”, porque “la unidad es superior al conflicto”, ya que “la realidad es superior a la idea”, siempre y cuando se estime que el “todo es superior a la parte”.
3) Frente a la errónea interpretación de “el fin del trabajo”, no caben dudas de que redefinir el trabajo es un tema central, no solo de los trabajadores sino también del Estado -algo lo que está impulsando la OIT en su centenario. Desde Ginebra, la Comisión Mundial creada para tal fin, integrada por representantes de trabajadores, empresarios y gobiernos, está especulando sobre otros modos de actividades creativas remuneradas, distintas a la de empleo asalariado -que en muchos casos se realizan al límite de la explotación. Sin embargo, hasta hoy, buena parte de nuestra sociedad resiste la idea de “pagar sin explotar”, por eso el Papa habla de una conversión cultural. El cambio de paradigma productivo con las nuevas tecnologías solo tiene sentido si mejora la calidad de vida de las personas, en lugar de descartarlas.
4) Si bien esto último es un problema a nivel mundial, también emergen nuevos estilos productivos inclusivos como la economía popular, con los cuales el Estado puede colaborar. Hasta ahora ha sido principalmente una respuesta de las personas excluidas del empleo formal quienes, desarrollando innumerables emprendimientos laborales, se organizan como asociaciones cooperativas, como sindicatos, o como movimientos populares. Es la respuesta digna de emprendedores y emprendedoras que, dentro de la economía de mercado, se proponen crear trabajo y producir sin dañar la naturaleza. Francisco ha convocado para marzo de 2020 en Asís “a los que están empezando a estudiar y practicar una economía diferente, la que hace vivir y no mata, que incluye y no excluye, que humaniza y no deshumaniza, que cuida la creación y no la depreda”. Les propondrá “hacer un ‘pacto’ para cambiar la economía actual y dar un alma a la economía del mañana”.
5) Históricamente, los procesos de defensa del trabajo humano digno, del cuidado de la casa común, de transformación de las estructuras culturales y de poder están encabezados por los trabajadores y las trabajadoras en todo el mundo -ya sean de la economía de mercado o de la economía popular. Por eso, transformar la globalización en una universalización en la que cada pueblo se desarrolle según su cultura, conviva en paz y comercie con justicia con los demás pueblos, es una responsabilidad principal de los trabajadores y trabajadoras, accediendo a la participación para la toma de decisiones en organizaciones nacionales, continentales y globales. La integración de los pueblos que constituyen los Estados de América Latina -tal como la expresa el Papa bajo el concepto de la Patria Grande-, no debería quedarse solo en un sueño inalcanzable, ni tampoco debería pensarse que pueda darse por cambios bruscos e inmediatos. Dependerá de la capacidad de iniciar procesos en el tiempo, los cuales no dependen exclusivamente de los espacios de gobiernos. Para poner en marcha esos procesos es necesario que participen todas las organizaciones de nuestras patrias hermanas.
6) Reconocemos que resulta imprescindible constituir o fortalecer las organizaciones continentales de trabajadores y trabajadoras, de movimientos populares y estudiantiles, como así también las organizaciones populares deportivas y culturales, porque por ellos se mantiene viva la palabra pública de todos los sectores sociales; la autoorganización de cada sector permite el intercambio de ideas, la expresión de necesidades y anhelos comunes y colectivos, y la memoria de conquistas y pérdidas que permiten proyectar con esperanza un futuro común.
La integración de nuestros países hermanos será a futuro lo que fortalezca nuestra identidad y la posibilidad de generar acciones que nos vigoricen como continente de la esperanza. Animarnos a dejar intereses particulares de lado y busca senderos de construcción de consensos necesarios para el desarrollo integral de Latinoamérica y aportar, así, a la “globalización de la solidaridad” y la fraternidad, en lugar de la discriminación, la división y la indiferencia.