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Adiós, Unión Europea
Una visión de la crisis que vive la Unión Europea, un alerta del destino que puede esperarle en un futuro inmediato.
Tiempos de cambio y desorden
 
El mundo se encuentra en una fase de cambio y gran desorden. El modelo del capitalismo neoliberal y la receta del hegemonismo en relaciones internacionales no funcionan desde hace tiempo, pero su inercia sigue siendo fuerte y nos lleva contra las rocas.
Este año hemos tenido tres cambios principales que marcarán tendencia;
1-La derrota occidental en Siria (que refleja las tensiones del paso del desorden hegemónico monopolar a las del mundo multipolar).2-El cambio de orientación en Estados Unidos, con la sugerencia de cambiar el “América World” por el “América First” de Trump, lo que abre la puerta a peleas internas en la primera potencia mundial y a toda una serie de otros “first´s” en el mundo; “China first”, “EU first”, etc.y 3-La desaparición de todo proyecto común en Europa, fracaso que induce a buscar enemigos (Rusia) y a incrementar la militarización de la “Europa de la defensa”.
Todo esto es mucho para un solo año y explica con creces el vértigo que hay en el ambiente.
 
Sin precedentes e irresoluble
 
La crisis de la Unión Europea está inserta en ese desorden más general y ha derivado en lo que da la impresión que es un dilema irresoluble:
Si la UE quiere atajar lo que la destruye (es decir los referéndums crispados y el progreso de la extrema derecha antiliberal), debería negarse a sí misma. Si por el contrario prefiere no hacer nada y quedarse como está, entonces parece condenada a continuar alimentando lo que la destruye”. La cita es de Fréderic Lordon, el autor que mejor ha retratado la situación en el debate francés.
La Unión Europea ha perdido el grueso de sus ilusiones y mitos fundadores. La crisis financiera de 2007/2008 ha demostrado que no es un club democrático de iguales, sino una construcción oligárquica y antidemocrática. Su diseño de los últimos treinta años bajo ese sello, los defectos de nacimiento del euro y la nacionalización de las pérdidas bancarias a costa de las clases medias y bajas, se han derrumbado sobre la promesa de prosperidad y justicia que estaba en la base del discurso europeísta y su narrativa narcisista.
El desencanto es patente, especialmente en la Europa del Sur, antigua receptora de fondos de cohesión, pero también, y seguramente aún más, en el Este, cuya integración en la UE ha sido un fracaso en términos económicos y políticos.
En el Sur, la Europa de los fondos de cohesión, la modernidad y las “infraestructuras” ha dado paso a la Europa del recorte en su más dura modalidad.
En la Europa del Este después de 27 años de vida europea (más de la mitad del tiempo pasado bajo el yugo soviético) la evidente ganancia en oxígeno que la sociedad obtuvo al salir de las dictaduras sociales ha quedado deslucida por el regreso del ex bloque al estatuto de periferia subordinada y dependiente que tenía en el periodo de entreguerras: reserva de mano de obra barata y completa dependencia financiera e industrial. No hay atisbo de convergencia económica y social niveladora hacia Europa Occidental, y, a diferencia del Sur, tampoco de fondos de cohesión.
En el Norte hay un hartazgo y una clara animosidad hacia los manirrotos del Sur: “Venderos vuestras islas”, dice el Bild alemán, mientras se compra a precio de saldo los aeropuertos griegos más jugosos obligados a privatizarse.
Todo esto guarda, desde luego, una relación directa con la incompatibilidad general de la lógica de mercado con la nivelación social y territorial -el sistema capitalista es intrínsecamente desigual- pero en el caso del particular sistema UE se parte de una contradicción esencial: la democracia y la soberanía popular residen en los estados nacionales, pero en la UE casi todo lo que cuenta queda fuera de ese marco:
  • Los bancos centrales son “independientes”, la moneda común impide ajustes y devaluaciones, los ministerios de economía son meros ejecutores de directivas decididas en la UE, la OMC, el FMI…
  • El derecho europeo tiene mayor rango que el nacional, pese a carecer de un fundamento democrático: es legal, pero no legítimo.
  • Y la política exterior y de defensa viene encuadrada por una estrategia (americana) organizada a través de la OTAN que es no solo exterior a la nación, sino a la propia UE.
¿Qué le queda a la soberanía popular, al sujeto que vota en unas elecciones nacionales? Muy poco. Y encima, esa desposesión ha sido santuarizada, blindada en normas y tratados para hacerla irreversible.
“No puede haber opción democrática contra los tratados europeos”, ha dicho Jean-Claude Juncker.
El maltrato de Grecia, castigada su sociedad con un programa de austeridad aún más estricto por haber rechazado el anterior en referéndum, ha ofrecido el último ejemplo de desprecio de la voluntad popular. El Brexit ha demostrado la estricta jerarquía y desigualdad en el trato, porque la voluntad popular expresada por el referéndum británico (mucho más ajustada que la griega), sí ha sido reconocida, aunque con mal humor.
¿Qué clase de club es ese del que no se puede salir, ni plantear reforma de sus estatutos, sin provocar convulsiones y amenazas? Manifiestamente no solo un club defectuoso en su diseño, sino también autoritario. Esta historia del desprecio de los referéndums ya tiene 24 años y 9 consultas a su cuenta.
 
Balcanización
 
Es la hora de la balcanización. Por doquier se asiste a una desintegradora fragmentación. El Brexit (UK first) ha sido un adelanto del contagioso “America First” de Donald Trump, pero el proceso ya tenía su propia dinámica interna no solo en las naciones de la UE -e incluso dentro de sus estados en algunos casos- sino en sus conglomerados y clubs informales.
Los países del Sur celebran tímidas cumbres en las que sus timoratos dirigentes, de momento, ponen en común su impotencia. En el Este, se incrementa la concertación de clubs como el de Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia). En el Norte, con centro en Berlín -sin duda el club más relevante y discreto- se hacen números alrededor de la idea de una Kerneuropa, la Europa matriz luterana y virtuosa, separada del lastre. Los números no salen y la conclusión sigue siendo la misma que la señalada en 2012 por los documentos internos del Ministerio de Finanzas alemán: de momento no conviene. De todos los “first” europeos, el “Kerneuropa first” de Alemania y sus compañeros de fe en la “regla de oro” y el principio, “por la exportación hacia Dios-crecimiento”, es seguramente el más relevante…
Si la tesis del dilema irresoluble es correcta, el vector de esta balcanización es inequívoco: la desmembración es solo cuestión de tiempo.
 
Seguridad: integrar o excluir
 
En materia de seguridad y relaciones internacionales, la situación es obvia: cuando hay que inventar algo nuevo y consensuado entre los actores de la multipolaridad para afrontar los retos del siglo (actuar contra el calentamiento global, paliar la desigualdad y afrontar el desarme de la cada vez más generalizada capacidad de destrucción masiva), en Occidente constatamos la persistencia de toda una generación política (y la red de expertos a su servicio) formada en el viejo hegemonismo y sin experiencia ni recuerdo ya de la misma esencia de la acción diplomática y el multilateralismo.
Tras setenta años de holgado dominio, Estados Unidos está muy mal preparado para ese cambio de actitud exigido por la realidad del mundo multipolar. Enfrentándose a Rusia en Occidente y a China en Oriente, ha suscitado el acercamiento entre esos dos países, que no desean un regreso a la lógica de bloques pero que al mismo tiempo ya se declaran dispuestos a oponerse militarmente al cerco en sus fronteras más inmediatas (Ucrania/Mar de China meridional). Se constata la fuerza inercial de toda esa gente (en la política, los think tanks y los medios de comunicación) aferrada a la política del castigo militar, de las sanciones, del desprecio al derecho internacional y a la invocación fraudulenta -por selectiva y tramposa- de los derechos humanos como argumento de injerencia y guerras.
Varios estados han sido ya disueltos y sustituidos por agujeros negros, mayormente en operaciones occidentales de cambio de régimen en Oriente Medio, con el resultado de centenares de miles de muertos.
En Europa esa misma tendencia contribuyó a exacerbar los dramas de la desmembración yugoslava y la proliferación de conflictos y tensiones militares en el continente: Croacia, Bosnia, Serbia, Kosovo, Macedonia, Transnistria, Abjasia, Osetia y Donbas.
En el contexto de grave crisis interna en la UE, cuando hay una urgente necesidad de encontrar “explicaciones” a todo ello, es extremadamente peligrosa la búsqueda de enemigos practicada desde Bruselas, con Rusia en el punto de mira.
Es necesario hacer memoria y recordar la alternativa integrar/excluir de la historia europea.
Tras las guerras napoleónicas los vencedores implicaron a la vencida Francia en la toma de decisiones, lo que abrió una larga etapa de paz y estabilidad continental. El ejemplo contrario es lo que se hizo con la Alemania posguillermina tras la primera guerra mundial y también con la Rusia bolchevique tras la Revolución de 1917. En ambos casos, las políticas de exclusión -y de tremendo intervencionismo militar en la guerra civil rusa- tuvieron consecuencias nefastas para lo que luego fue el nazismo y el estalinismo.
Lo que hemos visto hacia Rusia en Europa desde el fin de la guerra fría es una nueva advertencia sobre los peligros de excluir a una gran potencia de la toma de decisiones y tratarla a base de imposiciones y sanciones.
La integración del ex bloque del Este se hizo de una forma fraudulenta. Desde la agenda oculta del expansionismo de la OTAN, traicionando los acuerdos tácitos alcanzados con Moscú a cambio de su retirada imperial, se ofreció a esos países el ingreso en un bloque militar antiruso como antesala del ingreso en la UE. (10)
Durante treinta años, ese proceso de meterle el dedo en el ojo al oso ruso ha creado tensiones artificiales que se han ido acumulando. Cuando esas tensiones han estallado militarmente, la reacción instintiva del oso, se ha denunciado como muestra de la agresividad de Rusia, de la maldad de su dirigente (un nacionalista de derechas, popular en su país por haberlo estabilizado, sin que haya repartido renta petrolera ni revisado la criminal privatización de los noventa) o de su mítica voluntad de “reconstruir la URSS”. La denunciada “agresividad” rusa, en realidad un reflejo defensivo largamente anunciado e ignorado, ha sido una profecía inducida y autocumplida. (11)
Para remediar eso es imprescindible que Europa ejerza la independencia estratégica y se organice un sistema de seguridad continental, libre de la lógica de bloques y en el que la seguridad de unos no se construya a costa de la seguridad de otros. Es decir: precisamente aplicar la intención que se firmó en noviembre de 1990 con la Carta de París para una nueva Europa de la OSCE.
Para llegar a algo así es imperativo disolver la OTAN como bloque militar. Pero, ¿qué político del establishment europeo actual asumiría hoy esa causa en las inestables condiciones actuales, cuando el propio mando de la OTAN se dedica a sembrar esa inestabilidad promocionando la tensión con Rusia para justificar su existencia?
Los dos políticos que en Alemania y en Francia hablan de ello y claman contra el vector de la guerra -Oskar Lafontaine y Jean-Luc Mélenchon- tienen una intención de voto de entre el 10% y el 15%… Así que veo una gran necesidad y una escasa posibilidad.
Pero imaginemos que la UE llega a ser un polo autónomo y soberano en el mundo con la gran potencia e influencia mundial que se deduce de sus parámetros fundamentales de población, PNB y potencia cultural y militar. La pregunta que se impone es, ¿todo eso para hacer qué? ¿Para contribuir a qué mundo? Continuar haciendo soberanamente lo que se ha venido haciendo hasta ahora en calidad de “ayudante del sheriff” significa contribuir de una forma más efectiva y autónoma al desastre, a la perspectiva de los imperios combatientes. Tener por ejemplo un ejército europeo integrado para poder hacer la guerra en Siria, en Libia, en Ucrania, etc.
Mi conclusión es que si Europa resultara incapaz de elaborar un proyecto de acción exterior en sintonía con los retos del siglo, hay que decirlo con claridad: es mejor que no exista como gran potencia, que sea un conglomerado lo más débil posible para reducir su capacidad de hacer daño.
 
El eje franco-alemán no existe
 
Durante muchos años una Alemania que veía en Europa la única posibilidad de recuperar su soberanía y una Francia que temía dejarla sola, formaron el gran eje básico de interés común de la Unión Europea. En aquella época fundacional, en ambos países la derecha defendía políticas económicas y sociales que hoy serían consideradas de “izquierda radical”.
En Francia la inspiración social del gaullismo era el programa del Consejo Nacional de la Resistencia de marzo de 1944. En Alemania la Economía social de mercado era la doctrina de la coalición de cristianos y ex nazis de la CDU con la que se conjuraba a la alternativa de la otra Alemania, la RDA, con su mezcla de socialismo y dictadura que ponía la asistencia y nivelación social en el centro de su proyecto.
Esa base histórica del eje ya no corresponde al mundo de hoy.
Desde que Alemania recuperó su plena soberanía con la reunificación nacional de 1990 y la anexión de la RDA por la RFA, su visión de la UE cambió. Europa ya no era la solución al hándicap heredado del desastre nazi, sino el primer espacio sobre el que proyectar su soberanía dominadora.
Desapareció la generación política de los que vivieron la guerra; los Brandt, Kohl y Schmidt.
Se inició la rehabilitación del nacionalismo alemán en unos términos completamente nuevos e impensables en la fase anterior (12)
Y el marco general de este cambio en la relación franco-germana no es una “economía social de mercado” / Consejo nacional de la resistencia con el telón de fondo del miedo al “comunismo”, sino la doctrina neoliberal, es decir: la demolición programada y sostenida de las conquistas sociales vigentes desde la posguerra.
En ese contexto de subidón nacionalista y costeando con dos billones de euros la anexión de la RDA, Alemania impuso al resto del club europeo su estrategia nacional exportadora, desprovista de todo deseo de subvencionar a socios. Vía dumping salarial, todo lo alemán se hizo más competitivo frente a (y a costa de) sus socios. El dinero que generó su excedente comercial se invirtió. En los noventa invertir era, en gran parte, financiar burbujas inmobiliarias que encontraban el terreno mejor abonado en países con gran corrupción y pésimo gobierno como España.
Cuando eso explotó poniendo en peligro a los fondos de pensiones alemanes y a los bancos, los políticos germanos hicieron ver que ellos no tenían nada que ver con el asunto, que todo era culpa de una serie de manirrotos “Pigs” meridionales faltos de reformas. Es decir: ofrecieron una explicación nacional en línea con la ortodoxia neoliberal a un problema sistémico internacional.
La canciller que gobernó todo eso con torpeza, Angela Merkel, ha dañado seriamente los tres pilares que rehabilitaron a la política alemana después de la Segunda Guerra Mundial: el Estado social, la integración de la Unión Europea y la política de distensión hacia Rusia conocida como Ostpolitik. Que a pesar de ello Merkel pase por ser la gran líder continental resume muy bien la situación en la UE, pero sobre todo demuestra que nos encontramos ante otra Alemania. (13)
¿Qué pasa con Francia? En 1983 Mitterrand renunció a la política del programa común de la izquierda con el que había ganado las elecciones de 1981, un programa nacional de transformación, para abrazar la línea europeísta neoliberal arriba descrita. A diferencia de Alemania, Francia no tenía ninguna estrategia económica nacional propia. La moneda común fue saludada por Mitterrand como mecanismo para evitar sorpresas alemanas pero se volvió contra Francia. Todo el terreno ganado por la exportación alemana en el último periodo corresponde, aproximadamente, a lo perdido por los socios europeos, con Francia en primer lugar.
Los políticos franceses se han convertido en subalternos de la línea alemana. El periodista Romaric Gordin describe la situación como, “una especie de Vichy postmoderno”. “En Europa, Francia solo sirve como el socio colaboracionista de Alemania”, dice. Bajo esa colaboración la vida social francesa y la convivencia interna se han degradado.
Curiosamente, en Francia no se conoce muy bien Alemania. Es un país asociado a malas experiencias históricas que nunca ha interesado demasiado. Pese a que el sistema educativo promociona intensamente la enseñanza del alemán, significativamente se estudia mucho más el español (a razón de 4 millones de alumnos contra medio millón). Sobre ese desconocimiento y desinterés, se ha impuesto, con la ayuda de los medios de comunicación, cierta leyenda acomplejada de que en Alemania todo va bien, incluso mucho mejor que en Francia. En ese contexto se ha ido abriendo paso, sordamente, a nivel popular, no en las élites, la idea de que en el actual matrimonio, Alemania es el macho y Francia la mujer maltratada. Cobra fuerza la idea de que ya no estamos ante un matrimonio en crisis, sino ante un caso de violencia de género. ¿Tiene eso solución?
 
Más Europa o deconstrucción ordenada
 
Mi impresión es que Fréderic Lordon tiene razón cuando habla de una situación cerrada en la que eliminar lo que está destruyendo al sistema de la Unión Europea pasaría por negar el propio sistema.
La reflexión puede aplicarse a Alemania: no será capaz de hacer marcha atrás sin que su clase política, sus medios de comunicación, todo su establishment se nieguen a sí mismos diciendo: “lo que hemos hecho hasta ahora es un error garrafal”.
¿Es imaginable que Francia sea capaz de convencer a Alemania de que renuncie a la europeización de su estrategia económica nacional por ejemplo desmontando el euro y regresando al Sistema Monetario Europeo, SME (como propone Oskar Lafontaine), la regla de oro de los déficits presupuestarios o el estatuto del BCE? Me parece que no, así que estamos ante algo parecido a un proceso irreversible de autodestrucción.
En Francia da la sensación de que cada vez más gente piensa, a izquierda y a derecha, que la única forma de cambiar Europa es empezar por cambiar Francia. Es lógico teniendo en cuenta la ausencia de un “demos” europeo, sujeto de la soberanía, y la fuerza de la tradición social francesa. Sin esperar una coordinación automática entre países, ese regreso a los estados nacionales, es decir al marco de la soberanía popular, es lo que a largo plazo podría redundar en una redefinición del proyecto europeo. El problema es que, hoy por hoy, ese regreso al estado nacional lo está capitalizando la extrema derecha. Incluido en Francia.
Me parece que uno de los escenarios que tiene más futuro en la Europa de hoy (“presente” si se atiende a lo que los tories están haciendo en el Reino Unido) es el de la “lepenización de Goldman-Sachs”: una síntesis y entendimiento entre la extrema derecha y el establishment neoliberal.
Pero, aunque la extrema derecha esté capitalizando ese regreso al estado nacional, eso no quiere decir que una solución decente a la crisis europea (es decir social, ecologista e internacionalista y en línea con los retos del siglo) no pase por ese vector de regreso. Los pasos atrás, lo que Lordon define como un proceso ordenado de deconstrucción de la Unión Europea, serán una solución más efectiva para salir del atolladero que el más Europa y más federalismo autoritario cuyo último recurso es el vector de guerra que supone la “Europa de la defensa”.
Por doquier se responde a la idea de ese regreso a los estados nacionales con el anatema: “aislamiento”, “repliegue”, “nacionalismo excluyente”, “fascismo”, pero las naciones de Europa vivieron en paz y crearon cosas como Airbus y el programa Erasmus durante muchos años sin moneda única y sin el corsé de los actuales tratados. Algunos de los países europeos más prósperos (Islandia, Noruega o Suiza) ni siquiera son miembros de la UE. Muchos más no participan en el euro, sin que ello los convierta en algo remotamente parecido a marginados de la globalización. Así que, si se quiere poner en el centro del proyecto europeo otras cosas diferentes a la libre circulación de mercancías/ capitales y a los beneficios oligárquicos que lo ha dominado y arruinado todo en los últimas décadas, cierta desintegración me parece ineludible.
Para remediar la situación el primer paso es desacralizar la Unión Europea, bajarla del altar y colocarla al alcance de una crítica realista.
 
Muertos vivientes, la sociedad de naciones
 
¿Qué puede ocurrir en defecto de esta deconstrucción ordenada que permita reformular el proyecto Europa a largo plazo? Continuará lo que tenemos ahora: el derrumbe paulatino de la actual UE.
En ese escenario la UE se convertiría en una especie de muerto viviente cada vez más irrelevante a todos los efectos. Podría ser un poco como la Sociedad de Naciones, antecesora de la ONU. ¿Recuerdan? Aquello también nació de un buen propósito, en 1919, para imponer la paz entre europeos y acabó siendo un instrumento de los intereses de los imperios coloniales occidentales.
La Sociedad de Naciones fue completamente inoperante en la génesis de la Segunda Guerra Mundial, el rearme alemán y la invasión japonesa de China, y cuando la disolvieron en abril de 1946 sobre el panorama de una Europa y un Japón en ruinas, nadie la echó a faltar porque hacía tiempo que había muerto.

Fuente: Lavanguardia.com
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